Ucrania: ¿Qué viene después?

Por: Jorge Capelán.

Sin duda, como diría algún filósofo chino, estamos viviendo “tiempos interesantes”, es decir, de grandes cambios para toda la humanidad.

Filósofos existencialistas como Sartre y Camus se sorprenderían si hoy vieran cómo se multiplican en los medios referencias (al menos de nombre) a la corriente de pensamiento que formaron hace ya casi 80 años: Cada vez más Estados y naciones dicen enfrentar amenazas “existenciales”, y no es para menos, porque Rusia se lo juega todo, Occidente se lo juega todo, y el mundo también se lo juega todo.

En este texto intentamos ir un poco más allá de lo inmediato y echar un vistazo a lo que vendría después de esta gran colisión entre Estados Unidos y Rusia-China. Trataremos de dar una respuesta a la pregunta de cómo sería el nuevo orden multipolar postoccidental. Pero antes, haremos algunas observaciones sobre la situación actual a propósito de la guerra en Ucrania:

En estos días, en el Foro Económico Mundial, se ventilaron algunas de las angustias más profundas de Occidente: Mientras el jubilado (y casi centenario mas para nada senil) estratega imperial Henry Kissinger advertía que quedan apenas semanas para sentarse a la mesa de negociaciones con Rusia evitando así una guerra que pondría en peligro “el equilibrio de poderes en Europa”. Los altos consejeros del presidente-títere Volodymir Zelensky no tardaron ni un segundo en responderle a Kissinger con una grosería (“go fuck yourself” y “dumb fuck”en inglés).

Si la de Kissinger ha quedado relegada al conjunto de las voces disidentes (mas no decisivamente influyentes) a lo interno del imperio, otra cosa se puede decir de George Soros. El nonagenario magnate y pródigo financiador político de las guerras de Estados Unidos, lanzó en el Foro la lapidaria advertencia de que “la mejor y quizás la única forma de preservar nuestra civilización es derrotar a Putin lo antes posible”.

Hay que entender las palabras de Soros en su verdadero sentido. Soros no dice “salvar a la humanidad”, ya que eso es lo de menos para las élites globalistas que hoy en día comandan al “Occidente colectivo”. Él dice “salvar la civilización”, es decir, la única que existe para ellos, que es la que surgió a raíz del genocidio de la colonización europea del mundo hace 500 años.

La reacción de Occidente a la operación especial rusa en Ucrania es tal que la III Guerra Mundial amenaza con estallar de veras antes de alcanzar directamente al territorio chino. En Ucrania, Rusia se atrevió a contestar a la expansión de 30 años de la OTAN hacia el Este con las armas en la mano y Occidente de inmediato se sintió amenazado de muerte. Prueba de su fragilidad, tanto en su base material como en su base ideológica. Definitivamente, el globalismo occidental es un fenómeno senil, con cabezas visibles como las de Biden (79 años), Klaus Schwab (84) y George Soros (90).

La desesperación que se advierte en los voceros del globalismo (Biden, la OTAN, los británicos, la clase política europea…) indica que Occidente, bajo la égida globalista, desoyendo ostentosamente las advertencias de Kissinger, no tiene Plan B: Su único plan es instaurar la dictadura global directa de sus multinacionales reduciendo a China y a Rusia. De Rusia, sueñan con regresarla a los tiempos de Yeltsin tras la caída de la URSS y de China, con regresarla a los tiempos de las guerras del Opio, en el siglo XIX. Ilusiones vanas de viejas glorias imperiales…

A estas alturas está claro que potencias emergentes de las más variadas latitudes no están dispuestas a bailar al son de Washington: India y China, seguidas por el resto del BRICS arrastrando a países grandes como México y Argentina; casi todos los grandes exportadores de petróleo; muchos países ricos en población y materias primas y hasta viejos aliados de Washington como Israel, Arabia Saudita y Turquía se oponen en muchos puntos al diktat occidental de aislar a Rusia para ponerla de rodillas. Más bien al contrario, se muestran positivas e incluso activamente participan en la política rusa de desarrollar el comercio internacional fuera de la órbita del dólar.

Por otro lado, las grietas empiezan a aparecer en Europa, que no ha podido poner en práctica el boicot al petróleo ruso y no parece seriamente decidida a deshacerse del gas de ese país del que depende. El Viejo Continente se desgarra entre una clase dirigente globalista (tanto política como mediática) y la realidad de una guerra antirrusa que tiene como efecto las peores consecuencias económicas y sociales para sus propios pueblos. Cada vez más europeos empiezan a comprender que no pueden vivir en guerra eterna con Rusia. Sin embargo, siguiendo el guion globalista de Wall Street y la City de Londres, Europa empeña su futuro como uno de los polos de la naciente multipolaridad. ¿Serán capaces sus élites de dar un cambio de timón a tiempo?

Tres posibles escenarios

Hechas las observaciones anteriores, y tomando en cuenta el peligro permanente de que se desate una guerra termonuclear, podemos avizorar tres grandes escenarios:

Victoria de Occidente con “cambio de régimen” en Moscú y Beijing e imposición de una dictadura corporativa occidental a nivel global. Esto significaría el fin del juego y la imposición de la agenda de despoblación de Occidente. Probablemente se dé una gran conflagración nuclear, y si no se da, implicaría de todas formas un genocidio mundial a causa del aumento de la pobreza y la destrucción del campesinado a escala global. Buenas noches.

Derrota de Occidente tras una sangrienta conflagración, seguramente con armas nucleares “tácticas”. Este escenario conduciría a la lenta e incierta emergencia de un nuevo orden post-occidental. No se asegura la prosperidad del género humano, debido a la destrucción material, ambiental y social de la guerra.

Derrota de Occidente en condiciones de menor intensidad bélica. Si se logra evitar o limitar el uso de armas nucleares, y si al mismo tiempo se da un proceso amplio de desobediencia hacia el “orden basado en reglas” promovido por Occidente, el nuevo orden postoccidental podrá enfrentar con mayor éxito el destino de la humanidad.

En este último escenario, hay dos posibilidades: La primera es que Occidente, en la forma de Norteamérica/Europa se mantenga como “un jugador más entre otros”. La segunda posibilidad (y la más probable) es que tanto Norteamérica como Europa queden relegados a un segundo rango dado el serio peligro de que se desencadene una guerra civil en los Estados Unidos y las consecuencias de las sanciones antirrusas para las economías occidentales, especialmente la europea.

1) El nuevo orden postoccidental

El nuevo orden postoccidental tiene que surgir de los hechos, no puede ser un producto de escritorio ni de un pacto a bordo de un buque de guerra como la famosa Carta Atlántica firmada por Churchill y Roosevelt en agosto de 1941 y parodiada 80 años después por Biden y Boris Johnson. Si en 1941 los líderes británico y estadounidense pactaron muchas cosas que vinieron a definir el mundo de la posguerra, en 2021 pactaron hundirse juntos en el abismo del “después de mí, la debacle”.

En lo económico, el nuevo orden deberá priorizar la economía real supeditando las finanzas al poder político. Implementar la lógica del “ganar-ganar” y de los consensos. El nuevo orden postoccidental cuyos cimientos se están levantando en estos momentos necesita en primer lugar de un nuevo orden financiero. Esto es imperativo, y seguramente estará caracterizado por el fin de las monedas “fiat” (es decir, las monedas cuyo valor solo está respaldado por “la confianza del mercado”); un anclaje de las monedas al oro y a las materias primas y una pluralidad de monedas (”canastas de divisas”).

El nuevo orden postoccidental heredará una gran cantidad de conflictos no resueltos por el viejo orden colonial occidental (desde el conflicto Mapuche en Chile hasta, Palestina, Turquía, numerosos conflictos en África, etc.). También heredará problemas estructurales en el acceso a los recursos, especialmente el agua. Asimismo, deberá hacer frente a una gravísima deuda socioeconómica (por ejemplo, la falta de alimentos, agua y sanidad de amplios sectores de la humanidad) y el deficiente modelo de producción occidental heredado (por ejemplo, desde una “industria” médica basada en mantener enfermas a las poblaciones para venderle sus productos hasta una “industria” alimentaria basada en destruir el medio ambiente, acabar con la biodiversidad y producir alimentos de mala calidad).

En lo político, el nuevo orden deberá ser plural, ya que estará compuesto por democracias liberales, teocracias, autocracias, etcétera, así como de países de orientación socialista, capitalista, etcétera.

El nuevo orden postoccidental no puede surgir de los herederos de la Liga de Naciones ni de la ONU, ya que ambas fueron diseñadas por las potencias imperiales occidentales. Ni la Liga de Naciones ni la ONU se preocuparon jamás por los derechos de los débiles. La ONU está totalmente penetrada por intereses occidentales (”sociedad civil” de las ONG financiadas por los países occidentales, el modelo de “sociedades público-privadas” que en la práctica en un modelo de saqueo del sector público, etcétera). Estos organismos son ineficientes, ya que priorizan las votaciones ante los consensos y las “reglas” (hechas a la medida de acuerdo a los intereses occidentales) frente a la solución de problemas comunes.

No debemos esperar una “reforma” de esos organismos, ellos mismos irán perdiendo relevancia ante su incapacidad para dar respuesta a los verdaderos problemas del mundo.

El nuevo orden postoccidental deberá surgir de los actuales mecanismos multilaterales emergentes y otros, como la CELAC, ASEAN, OPEP+, BRICS, etcétera. Este orden deberá basarse en consensos, en la lógica del ganar-ganar, en la lógica del respeto a la diversidad y en la de las agendas de problemas a resolver antes que en concepciones normativas en materia de sistemas políticos, etcétera.

2) El gran reto: Cambiar la hegemonía para descolonizar el mundo

Desmontar el imperio unipolar solo es el primer paso para liberar a la humanidad de la barbarie occidental. No solo América Latina debe ser descolonizada sino todo el mundo que fue afectado por la expansión europea a partir del siglo XV.

El concepto de hegemonía no solo se aplica a la dominación política, sino también al control sobre las ideas dominantes (hegemonía cultural). La hegemonía occidental no desaparece con la desaparición del mundo unipolar de la misma manera que el influjo de Roma no cesó con la caída del Imperio Romano de Occidente. Recordemos que la Iglesia Católica fue la heredera de Roma y ha sobrevivido hasta nuestros días como uno de los pilares del dominio occidental, tanto en lo ideológico como en lo material-financiero.

Los herederos de la hegemonía occidental son a su vez tres de los grandes aportes de Occidente a la humanidad: La ciencia y la tecnología tal y como fueron formalizadas por el Occidente; la concepción occidental del conocimiento e instituciones relacionadas como la escuela moderna, etcétera, y el concepto occidental del desarrollo expresado en la ideología de la modernidad.

Es fundamental descolonizar esas tres estructuras para garantizar que el imperio occidental no sobreviva tras su caída política y económica. Es fundamental reformular la ciencia, el conocimiento y el concepto del desarrollo desde la perspectiva de toda la humanidad y no de la de Occidente.

Esto no significa rechazar esas instituciones y categorías, sino reapropiarse creativamente de ellas “resignificándolas”, para usar una expresión en boga.

Desde hace 150 años, una estrecha élite imperial (Europa-Estados Unidos), por medios tanto públicos como privados, financió y organizó toda la red institucional que a nivel planetario decide qué vale la pena estudiar, qué preguntas plantearse, qué problemas resolver y cómo hacerlo.

Esto tiene implicaciones muy palpables en la actualidad, por ejemplo, en la cuestión de las pandemias y su impacto; en la cuestión de las respuestas a las crisis de todo tipo; en los retos que plantea la Inteligencia Artificial y las Tecnologías de la Información y la Comunicación.

El imperio occidental nos hereda un mundo en el que la producción está subordinada al lucro especulativo en beneficio de intereses monopólicos privados. Por eso, nos hereda una medicina basada en mantenernos enfermos, un complejo agroindustrial basado en la destrucción del medioambiente y en la producción de alimentos de mala calidad, y tecnologías de la información que en lugar de liberar nuestras potencialidades nos aíslan, espían y controlan.

Esos son solo algunos ejemplos de la barbarie que nos hereda Occidente.

El nuevo orden postoccidental tiene el reto de salvar a la humanidad para una larga era de desarrollo histórico o perecer ante el bárbaro holocausto globalista.

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