Por Osvaldo Cardosa

Corresponsal jefe en Brasil

La XXX Conferencia de Naciones Unidas sobre el Clima (COP30) se presentó como el momento de pasar de promesas a acción y se celebró en Belém, capital del norteño estado de Pará, entre el 10 y 21 de noviembre.

El Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva enfrentó su mayor reto diplomático del año, en el intento de equilibrar intereses nacionales y responsabilidades globales en un escenario climático crítico.

Para el diplomático al frente de la COP30, André Corrêa do Lago, era hora de “dejar atrás la inercia” y demostrar compromiso real.

La conferencia llegó marcada por crisis recientes: sequía extrema en la Amazonia e inundaciones devastadoras en el sur.

Por eso, la adaptación climática figuró entre las prioridades brasileñas junto con la financiación climática, los biocombustibles y un fondo internacional para proteger selvas tropicales.

Realizar la COP en Belém buscó mostrar al mundo la centralidad del pulmón del planeta.

Al concluir, Caio Victor Vieira, especialista de Política Climática del Instituto Talanoa, ofreció de manera exclusiva a Prensa Latina un balance crítico sobre logros, tensiones y omisiones del proceso.

GLOBAL MUTIRAO SIN METAS VINCULANTES

La aprobación del Global Mutirão (Esfuerzo Global), sin obligaciones jurídicas, expuso la fuerza de la red de influencia petrolera y gasífera dentro de la COP. Vieira señaló que, si los representantes de la industria fósil fueran una delegación, serían la segunda mayor del evento.

Las grandes potencias fósiles, incluido Brasil, bloquearon cualquier cronograma de eliminación de petróleo y gas, y convirtieron el Mutirão en un ejercicio retórico incapaz de responder a la urgencia climática.

El consenso mínimo sigue dominando las negociaciones, mientras países vulnerables y latinoamericanos exigieron compromisos concretos frente a la resistencia de economías dependientes de hidrocarburos.

DIPLOMACIA TENSA Y SEÑALES CONTRADICTORIAS

El cierre de la conferencia estuvo marcado por reclamos de falta de diálogo. En adaptación climática, Brasil defendió adoptar metas y triplicar financiamiento sin postergar decisiones.

Otros países propusieron prolongar discusiones dos años más para “refinar indicadores”, lo que podía ser excusa para no actuar.

En combustibles fósiles, la nación anfitriona mostró grietas internas que debilitaron su liderazgo y transmitieron señales contradictorias. La presidencia presentó un consenso posible, pero forzado, sin ambición real, reflejando las limitaciones de coordinación interna.

El aplazamiento de decisiones para 2026 no destruye la credibilidad del proceso, pero marca el límite de la paciencia internacional. El mundo ya no discute si abandonar los fósiles, sino cómo y cuándo.

La COP31 deberá convertir el mapa del camino para combustibles tradicionales en decisiones formales, porque la falta de resultados concretos sería recordada como miopía política.

Críticas de Colombia, Panamá y Suiza evidenciaron que el Sur Global no es homogéneo. Los países comparten vulnerabilidades, pero divergen sobre la estrategia frente a los fósiles.

Uruguay y Colombia buscan liderar la eliminación de hidrocarburos tradicionales, mientras Brasil y Venezuela sostienen la narrativa de “justicia climática” que intenta postergar el debate.

Tal disputa define cuál modelo de desarrollo representará la región en la próxima década.

El Mecanismo para una Transición Justa avanzó parcialmente al reconocer la protección de trabajadores y comunidades, pero sin metas claras para eliminar combustibles fósiles corre el riesgo de vaciar su sentido.

Vieira cuestionó: “Hacia qué dirección o resultado concreto se está realizando la transición?”.

LO QUE BRASIL INTENTO Y NO LOGRO

Brasil buscó incluir dos planes ambiciosos: transición sin fósiles y deforestación cero, pero ambos quedaron fuera del acuerdo final. No faltó apoyo internacional, sino preparación diplomática.

El país no construyó coaliciones anticipadas y su ambigüedad interna sobre petróleo redujo credibilidad. El caso de la Margen Ecuatorial evidenció esa contradicción y presiones internas debilitaron la coherencia del discurso climático brasileño.

La presidencia evitó tensar relaciones con socios petroleros, lo que resultó en un texto final menos ambicioso.

El Global Mutirão reorganizó compromisos existentes más que crear obligaciones nuevas. Solo seis mil millones de dólares de los 25 mil millones necesarios quedaron garantizados.

Aunque 53 países expresaron apoyo, menos de 10 anunciaron aportes concretos. Esa distancia entre discurso y acción amenaza la credibilidad del fondo forestal y Brasil necesitará una estrategia global para movilizar financiamiento real.

Una próxima etapa exigirá convertir orientaciones en decisiones formales y enfrentar la presión de productores como Arabia Saudita.

AMAZONIA COMO ESCENARIO POLITICO

El foro en Belém visibilizó la diversidad amazónica. Indígenas, movimientos sociales y académicos protagonizaron la narrativa.

La logística desafiante reforzó la idea de una Amazonia viva y central para la gobernanza climática, aunque el impulso a soluciones forestales quedó incompleto.

Vieira manifestó a Prensa Latina que el legado político es ambiguo, con avances en deforestación, pero persistente dependencia de petróleo, carbón y gas.

El desafío central es impedir que el Global Mutirão se quede en un documento simbólico. Brasil deberá convertir la Hoja de Ruta en decisiones formales en 2026 y resolver su disconformidad energética para liderar con autoridad.

Sin coherencia interna no hay liderazgo, y sin autoridad no habrá implementación real del Acuerdo de París. La urgencia climática exige resultados tangibles y cada medida pospuesta profundiza la tensión entre compromiso y acción concreta.

 

Fuente: publica.prensa-latina.cu

Deja un comentario